De pronto un fuerte golpe noté a la altura de mi cabeza... Mi cuerpo se precipitó inconsciente por el golpe al suelo húmedo.
Cuando mi conciencia volvio y los ojos abrí, no lograba ver nada, solamente oscuridad y más oscuridad.
Me dí cuenta que en mi cabeza tenía una bolsa negra que me impedía ver con claridad. Tenia los brazos estirados hacia arriba, no podía apenas moverlos, como si estuvieran atados por algún tipo de cadena al techo.
Cuando de pronto escuche el abrir de una puerta, seguido de unos pasos firmes, viniendo hacia mi.
Los pasos se detuvieron detrás mio y note como alguien agarraba la bolsa negra que me impedia ver mas allá de la oscuridad. Un tirón fuerte y firme que se llevo la bolsa en un abrir y cerrar de ojos y por fin mis ojos pudieron volver a ver la luz que tanto deseaban...
Del mismo cansancio y del dolor de la postura en la que me encontraba, apenas conseguía levantar la cabeza.
Cuando al fin conseguí levantar levemente la cabeza, pude ver una persona delante mia, mirandome fijamente con una sonrisa en su cara.
No tendría mucho más de 20 años, su vestimenta era de lo más sencilla: unas deportivas, unos pantalones vaqueros, una camiseta negra y un particular sonbrero de cowboy.
Su mirada no mostraba ninguna compasión, lo único que hacía era sonreir y mirarme fijamente con sus ojos brillantes y escalofriantes.
Cogí aliento y me dispuse a pronunciar unas palabras con mi voz cansada y suave...
-¿Por qué haces esto?- Le pregunté aterrorizado y cansado.
-¿Debería haber una razón?- Me respondio sin pensar y aun con la sonrisa en su cara. - ¡Yo no tengo ninguna razón! ¡La razón, la única razón, la sabes tú!- Prosiguió hablandome totalmente eufórico.
Me siguió mirando con esa inquietante sonrisa en su palida cara, cuando de pronto se metio la mano izquierda en el bolsillo y rápidamente sacó una bolsita transparente con un polvo blanco.
Andó hacia un sofá con una mesita pequeña que había justo delante mío. Se sento en el negro sofá, exparciendo el polvo blanco por la mesita... con una tarjeta, que se saco del bolsillo, prosiguió haciendo varias rayas del polvo blanco.
Después de hacerse varias rayas, se hizo una especie de pajita con un trozo de papel que habia en la mesa y empezó a esnifarse ese polvo blanco con una tremenda ansia.
Sin pensarlo dos veces, le grite...
-¡Estas loco! ¡Sueltame, enfermo!-
Entonces se tomó la última raya, inclinado hacia la mesta, elevó levemente la cabeza, para poder mirarme fíjamente.
Se levantó de un salto del sofá y se vino hacia donde yo estaba, como si me fuera a pegar o algo. Una vez que llegó donde yo estaba, me agarró fuertemente el pelo, me levanto la cabeza y sin parar de sonreír, se pusó a mirarme fijamente hasta que sin previo aviso me dijo con voz baja y escalofriante...
-Los locos son todos los que viven en esta sociedad. La sociedad es la que transforma a la gente normal en gente perturbada. Los locos no nacen, los locos se crean.
Cuando mi conciencia volvio y los ojos abrí, no lograba ver nada, solamente oscuridad y más oscuridad.
Me dí cuenta que en mi cabeza tenía una bolsa negra que me impedía ver con claridad. Tenia los brazos estirados hacia arriba, no podía apenas moverlos, como si estuvieran atados por algún tipo de cadena al techo.
Cuando de pronto escuche el abrir de una puerta, seguido de unos pasos firmes, viniendo hacia mi.
Los pasos se detuvieron detrás mio y note como alguien agarraba la bolsa negra que me impedia ver mas allá de la oscuridad. Un tirón fuerte y firme que se llevo la bolsa en un abrir y cerrar de ojos y por fin mis ojos pudieron volver a ver la luz que tanto deseaban...
Del mismo cansancio y del dolor de la postura en la que me encontraba, apenas conseguía levantar la cabeza.
Cuando al fin conseguí levantar levemente la cabeza, pude ver una persona delante mia, mirandome fijamente con una sonrisa en su cara.
No tendría mucho más de 20 años, su vestimenta era de lo más sencilla: unas deportivas, unos pantalones vaqueros, una camiseta negra y un particular sonbrero de cowboy.
Su mirada no mostraba ninguna compasión, lo único que hacía era sonreir y mirarme fijamente con sus ojos brillantes y escalofriantes.
Cogí aliento y me dispuse a pronunciar unas palabras con mi voz cansada y suave...
-¿Por qué haces esto?- Le pregunté aterrorizado y cansado.
-¿Debería haber una razón?- Me respondio sin pensar y aun con la sonrisa en su cara. - ¡Yo no tengo ninguna razón! ¡La razón, la única razón, la sabes tú!- Prosiguió hablandome totalmente eufórico.
Me siguió mirando con esa inquietante sonrisa en su palida cara, cuando de pronto se metio la mano izquierda en el bolsillo y rápidamente sacó una bolsita transparente con un polvo blanco.
Andó hacia un sofá con una mesita pequeña que había justo delante mío. Se sento en el negro sofá, exparciendo el polvo blanco por la mesita... con una tarjeta, que se saco del bolsillo, prosiguió haciendo varias rayas del polvo blanco.
Después de hacerse varias rayas, se hizo una especie de pajita con un trozo de papel que habia en la mesa y empezó a esnifarse ese polvo blanco con una tremenda ansia.
Sin pensarlo dos veces, le grite...
-¡Estas loco! ¡Sueltame, enfermo!-
Entonces se tomó la última raya, inclinado hacia la mesta, elevó levemente la cabeza, para poder mirarme fíjamente.
Se levantó de un salto del sofá y se vino hacia donde yo estaba, como si me fuera a pegar o algo. Una vez que llegó donde yo estaba, me agarró fuertemente el pelo, me levanto la cabeza y sin parar de sonreír, se pusó a mirarme fijamente hasta que sin previo aviso me dijo con voz baja y escalofriante...
-Los locos son todos los que viven en esta sociedad. La sociedad es la que transforma a la gente normal en gente perturbada. Los locos no nacen, los locos se crean.
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